Cinco semifinales y una final perdida en seis años, como si la máxima competición continental se resistiera a admitir en su palmarés a un equipo construido a golpe de petrodólar por un ruso que quizás pensó que el club de fútbol del barrio más chic de Londres podía ser el divertimento que necesitaba su vida.
Habrá que reconocer que el Chelsea ha tenido muy mala suerte; desde el gol de Luís García que no es hasta el Iniestazo pasando por el resbalón de Terry, al equipo inglés la ha faltado ese mínimo tanto por ciento de suerte que siempre necesita un campeón, léase el rebote de un penalti fallado remontando un 3-0 (Alonso), una falta que da en la espalda del compañero (Inzaghi), un portero suplente rival no muy acertado (Almunia) o que el palo y el larguero escupan sendos remates (Drogba y Lampard).
A falta de pelear la Premier y la FA Cup, el verano en el club londinense huele a reconstrucción. Está por ver si esta generación de jugadores (Terry, Lampard, Cech, Drogba, Ballack) han perdido el último tren para levantar una Champions que los ha maltratado como a ningún otro equipo.
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