Andamos siempre con la palabras mítico, histórico o inolvidable en la boca... siempre asociadas a goles semi imposibles y aparentemente importantes. Si fuera por todos los que escribimos/hablamos de fútbol, parecería que el gol de Maradona en el 86 se repite casi cada semana. Por eso, a modo de (modesto) Nick Hornby y sus siete motivos para considerar un partido memorable, aquí unas cuantas reglas para determinar si un gol supera el test del tiempo.
Importancia del partido: mal les pese a muchos, no es lo mismo marcarle un gol al Getafe en la ida de las semifinales de la Copa del Rey (y acabar perdiendo la eliminatoria) que hacerlo en los cuartos de final de un Mundial, frente a Inglaterra (post guerra de las Malvinas) y después de haber marcado un gol con la mano de Dios. El partido y su importancia lo son casi todo. Ahí está Zidane en Glasgow también.
Momento del partido: obvio, un gol en los últimos minutos que decanta la victoria será mucho más recordado y celebrado que otro que redondea, maquilla o sirve para que el goleador de turno infle sus números y se pavonee ante la cámara. El gol de Bergkamp a Argentina en el 98 sería el arquetipo de esta categoría; preciosista, con clase, en el minuto 90, deshaciendo el empate y metiendo al equipo en semifinales de un Mundial. Ahí es nada.
El jugador: casi todo jugador va a tener su momento de gloria en un momento u otro, el mérito lo tiene aquél que regularmente asombra a la parroquia en momentos decisivos. Cuando en las compilaciones de ‘mejores goles de los Mundiales’ sale Owairan frente a Bélgica me indigno, porque además de ser el gol con más rebotes y trompicones de la historia (no creo que exagere mucho aquí) y ser estéticamente feo, nunca más se supo del jugador. ¿Puede este gol tener a su lado a Maradona y Bergkamp? Rotundamente no, no lo merece.
Emotividad: eternos rivales, derbies, partidos con cuentas pendientes y ambiente pre-partido cargado de tensión. Un gol aquí va a dar igual que sea espectacular o no; yo aún me acuerdo del penalty de Beckham a Argentina en 2002, raso y a romper, sin complicaciones; cuatro años antes había caído en la provocación de Simeone y muchos le colgaron la culpa de la eliminación. El golpeo de ese balón eran cuatro años de venganza. Lo mismo con cualquier tanda en la que lanza uno de los que falló en una traumática eliminación anterior.
El más odiado: nada peor que recibir un gol por el jugador símbolo del rival; los de Raúl al Barça o los de Eto’o al Madrid suelen doler el doble, da igual como sean. Lo mismo sucedía cuando Arsenal y ManU se disputaban la hegemonía en la Premier, con Van Nistelrooy y Henry como protagonistas. Estoy seguro que las hinchadas de cada equipo recuerdan como una aguja clavada los goles de determinado jugador.
Carisma: la única característica que anula todas las anteriores. Un gol de Cantona tiene un plus, lo mismo que uno de Maradona, Bergkamp, Le Tissier, Romario o Hagi; hay jugadores que no necesitan ninguna de las condiciones anteriores para que un gol suyo sea recordado. No son muchos y por alguna extraña razón quedan anclados en la memoria.
Exposición: la era YouTube ha conseguido que en un par de clics casi cualquier gol esté disponible, una democratización que ha conseguido que pasemos de 15 golazos-históricos-que-todo-el-mundo-conoce a ver unos 20 semanales de los que luego es imposible recordar ninguno. Eso sin tener en cuenta que para encontrar algo anterior a 1995 hay que hacer bastantes clics y cruzar los dedos. De ahí que el inconsciente colectivo de goles-para-recordar este deshecho en migajas.
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